viernes, 12 de septiembre de 2008

De los lugares recurrentes

Y un día decidió guardar ese miedo y amar.
Así fue, lo encerró en una caja, puso cadenas y candados y lo escondió en el lugar más impensado para no recordarlo cuando lo intentara.

Sabe que ya no alcanza con ocultarlo que debe hacerle frente y lograr que por completo desaparezca su miedo, o nunca será sólida la base de su amor. Busca y busca pero no lograr dar con él, piensa que mejor será olvidarlo.

Y por fin se anima y se entrega, no cuestiona los motivos, va creando la fortaleza de ese vínculo, compartiendo cada risa, respirando en paz bajo sus caricias, necesitando de su aliento y empuje. Ahora sin imaginar su ausencia, feliz con la unidad, no contemplando los efectos de su dependencia. Sin preveer alguna decadencia.

Con obsesión por ciertas cosas vuelve un día más temprano del trabajo para terminar con la limpieza, escoba, pala y tacho en mano, sube a la habitación. Escucha ruidos, se arma de valor y da otros pasos, no puede ser un extraño, esa voz es familiar, es su cama...
La invade una gran contradicción, acerca de querer no hallar eso que empieza a sospechar. Siente que una parte de ella que estaba casi olvidada está muy cerca.

Un brusco movimiento con el palo golpea la paleta del ventilador de techo del pasillo tan quieto durante este invierno, que hubiera parecido casi inexistente esa tarde, salvo por dejar caer con furia un cubo erméticamente cerrado, envuelto en cadenas y candados, justo encima de su cabeza.

... Después de todo, otra vez está muerta de miedo.

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